
La prueba PISA describe, sin mucha discusión de por medio, a quienes empujarán el país dentro de 15 años. (Dibujo de Pawel Kuczynski)
Tocamos fondo, simplemente eso. No podemos tapar el sol con un dedo, ni con el dedo oficialista que indica que somos últimos porque otros países se han retirado de las mediciones, o que somos el que más ha crecido dentro de una década. Menos con el dedo de la oposición que echa culpa al gobierno actual por una anemia de capital humano que existe desde hace dos siglos. Ni tampoco con el dedo del relativismo en el que la prueba PISA es un juego que no representa ni predice el éxito de los actuales niños y adolescentes que las llenan.
En este ranking, en la carrera de los países desarrollados, somos últimos, al igual que en el fútbol…últimos y sin discusión. En este ranking se puede ver también que China (o la porción de ese país que mide la OECD) no va a crecer en el futuro por mano de obra barata, sino que está acumulando un sorprendente y enorme capital humano que mirará bajo la cintura a países como Estados Unidos, Alemania o el mismo Japón.
¿Debemos avergonzarnos? Por supuesto que sí. ¿Debemos hacer algo? Sin duda. ¿Qué podemos hacer? Cualquier cosa.
Sí, cualquier cosa porque ya no tenemos nada que perder (ni ocultar). En primer lugar debemos preguntarnos para qué invertimos en la educación tradicional, especialmente cuál es la promesa pública de la educación para un niño que ingresa al sistema escolar. Es más honorable y sano en este momento sincerar las competencias que estamos en capacidad de desarrollar como Estado a aspirar en calcar una currícula teórica que cumple con todas las formas pero que ni el Estado ni el sector privado es capaz de cumplir por carencias estructurales y que sólo representa una pérdida de tiempo para el niño, sus padres y para el país.
En la Alemania de la postguerra simplemente se regularon las expectativas a la especialización técnica. No había tiempo que perder. Los niños de la postguerra pasaron por un sistema escolar que les permitió llevar carreras técnicas cortas pero altamente especializadas, las mismas que cimentaron un capital humano clave para levantar un país literalmente en ruinas. Los países que crecieron desde la miseria empezaron con promesas simples y luego fueron aumentando sus ambiciones. Ocurrió en Japón a fines del siglo XIX, después de la segunda guerra mundial, en Corea, en Singapur. De hecho, es en este contexto que surge el concepto de competencias y la tecnología pedagógica aplicada bajo este enfoque.
En segundo lugar se requiere gobierno sobre los mecanismos de educación. Si en algo hay que estar dispuestos sacrificar diálogo y ponerse duro es a nivel de la cadena de valor de educación. El mecanismo clave considero que se encuentra en la certificación: Los profesores se certifican permanentemente o se van. Mantener mediocridad docente es multiplicar la mediocridad, la desesperanza y la pobreza en nuestro país. Si los profesores no se ajustan a los valores democráticos, empleando las instituciones de la educación para fines políticos y subversivos, también se van porque no podemos sembrar odio y antivalores desde el aula. Es mejor tener 500 profesores aceptables a 50,000 profesores mediocres, ya sea en el sector público o en el privado. Tampoco se trata de meter profesionales sin dominio pedagógico, pues ellos tampoco debieran certificarse como tales a lo largo del proceso. Si los profesores que enseñan son nacionales o extranjeros, da lo mismo. Lo importante es sembrar la riqueza nacional del futuro y no rifarla a mediocres intereses en el presente.
En tercer lugar, a los profesores competentes, se les debe otorgar las mejores condiciones de reconocimiento monetario y no monetario. No conozco países líderes en educación en el que el profesor sea mano de obra barata y anónima. Los profesores forman parte importante del desarrollo científico y social en sus comunidades.
En cuarto lugar, abrir los diferentes canales de educación. Si bien los tres pasos anteriores tienen que realizarse, para los intereses del país y de todas las personas que actualmente están en etapa escolar, es mejor certificarse en una prueba de salida que acredite las competencias que comprometa el Estado a tener un único establo que dura 12 años. La certificación también puede aplicar para las carreras técnicas. Si uno es aprendiz, o estuvo en SENATI o en las fuerzas armadas pero se certifica como soldador de arco para minería, simplemente se certifica y pasa a formar parte de la oferta laboral. No es posible que tengamos un país con desempleo, al mismo tiempo que hay sectores que no pueden extender más sus inversiones por escasez de personal técnico.
Tenemos que prometer a nuestros niños en edad escolar un futuro. Actualmente sólo estamos ofreciendo, después de 12 años de sistema escolar, incertidumbre.