Desde los años noventas hasta la fecha, las llamadas crisis económicas mundiales han dejado de ser novedad, ya no son sorpresivas y muchos las consideran, hasta cierto punto, inducidas. El desorden de las expectativas de los productores, consumidores y Estado ya no sostienen a cabalidad los supuestos de los diferentes modelos económicos que son empleados para prescribir recetas en materia de desarrollo.
Por otra parte, la democratización de la información está permitiendo comprender que nuestro mundo tiene algunas características: mucha gente viviendo siempre al límite vital, un reducido grupo de personas que se beneficia enormemente y el aniquilamiento del medio ambiente como combustible para iluminar esta realidad.
Asimismo, las empresas privadas han demostrado que ya no pueden seguir siendo el soporte exclusivo para la supervivencia y desarrollo de los habitantes de sus países. El sueño americano no acompañó a las grandes corporaciones cuando sacaron su producción hacia países más baratos durante la década de los 90’s, mucho menos al momento de vincularse en proyectos empresariales en el contexto de países militarmente ocupados durante la primera década de este siglo: Mucho menos en las especulaciones financieras que están transformando el rostro de nuestra sociedad global y local.
En Chile, el gobierno de turno no ha podido pasar la valla anual de gobernabilidad que representa el movimiento estudiantil. Políticamente, el país ha entrado en «default» por no contar con instituciones suficientes para regular un mercado educacional de mala calidad que no sólo extrae los excedentes de la gente más necesitada, sino que extrae los excedentes futuros.
En Perú, las extracciones mineras son una muestra de las tres características de nuestro «mundo moderno», de la intransigencia de la racionalidad del accionista (que la diferencio de la racionalidad económica) frente a las diferencias culturales. El esfuerzo del estado, al igual que otros estados similares esta en establecer espacios de diálogo o negociación más equilibrados, sin que ello implique recuperar el equilibrio.
Lo anteriormente descrito cuenta con algo en común: La decisión de sistemas económicos privados por extraer riqueza en forma parasitaria, para satisfacer sus necesidades de corto plazo, con conciencia de lo que va a largo plazo. En esa visión de largo plazo no se hallan las personas pobres, las de localidades alejadas o las que tienen vulnerabilidad social.
Independientemente de si alguien es de izquierda o derecha, los hechos brillan por su poca falta de preocupación hacia la humanidad. Lo que antes era algo invisible, privilegio de una cultura de asimetría de información, ahora es un aspecto visible que configura la mayor parte de conflictos sociales alrededor del mundo y la que va delineando el proceso de construcción de la sociedad global.
Vivimos también una época en que los países del hemisferio sur se sienten relativamente afortunados de no estar en el hemisferio norte. No obstante se sabe que es cuestión de tiempo el cómo se van a configurar las nuevas reglas del juego globales. Estos países tienen dos opciones: Esperar a que se les comuniquen las nuevas reglas o innovar creando las propias.
Los ciudadanos, con dinero o sin dinero, valoran más la libertad individual, la cual deja de ser algo material y se torna más en un sentimiento, un estado de ser.
Así, el rol del Estado para los siguientes años va consistir en asegurar la libertad individual de sus ciudadanos por medio de mayor capacidad de regulación de mercados e inclusive por la decisión de asumir servicios que tradicionalmente eran entregados por privados.
Ello implica capacidades de gestion que en la actualidad son nada imaginables en este momento para el sector público. El data mining del que gran parte de la las personas con una tarjeta de credito o variante somos víctimas, puede pasar a formar parte de un sistema de seguimiento y de búsqueda de la combinación de bienes y servicios publicos nunca antes visto para la protección y desarrollo de los ciudadanos.
La capacidad de hacer politicas públicas y gestión más integrada de los bienes y servicios del estado, es algo que será realidad, en la medida en que el mercado vaya evidenciando las externalidades negativas que acompañan al quehacer de las empresas, en que los movimientos sociales tengan mayor impacto de corto plazo, al mismo tiempo que la ciudadanía va exigiendo mayores períodos de estabilidad a sus gobernantes y, especialmente, a sus clases políticas.
Cambiar a éstas reglas del juego puede ser un proceso largo y evidentemente resistido por quienes van a dejarse de beneficiar tanto en el sector privado como en el sector público. No obstante, queda ahora recorrer la profundidad de la localidad frente a abarcar la globalidad con reglas mecánicas que ya no forman parte de una sociedad de la información.